25 de junho de 2025

La Alegría que Viene de Dios: Lecciones de San Felipe Neri para los Tiempos Presentes

Vivimos tiempos marcados por la inquietud. El mundo parece girar vertiginosamente en torno a incertidumbres, angustias y ruidos constantes. Muchos se preguntan cómo perseverar en la fe, cómo conservar la esperanza ante tantos dolores, injusticias y confusiones. La respuesta no está en discursos vacíos ni en sentimentalismos superficiales, sino en la profundidad serena de los santos —y entre ellos, brilla con particular claridad la figura de San Felipe Neri, el “santo de la alegría”.

San Felipe no ignoraba el sufrimiento humano. Al contrario, lo veía cada día en las calles de Roma, en las almas perdidas que rescataba, en los jóvenes sin rumbo que acogía con paciencia y firmeza. Sin embargo, su alma no se dejaba vencer por la tristeza. Sabía que la tristeza que paraliza, que murmura contra Dios o que hunde el espíritu en sí mismo, es fruto de la falta de confianza en el Señor.


“Líbranos, Señor, de los santos tristes”, decía. No como quien desprecia al que sufre, sino como quien comprende que la verdadera santidad no se enraíza en el desaliento, sino en la alegría que brota del abandono a Dios. Una alegría profunda, que no se compone de carcajadas, sino de paz interior; que no depende de circunstancias favorables, sino de la certeza de que Dios es Padre y guía todas las cosas para el bien de los que lo aman.


San Felipe enseña que es posible estar alegre incluso en el dolor, si el alma está unida a Cristo. Él mismo vivía una vida de austeridad y penitencia, pero sin perder nunca la ligereza del espíritu. Sabía reírse de sí mismo, hacía reír a los demás, pero no bromeaba con el pecado. Era radical contra el mundo y sus vanidades, pero dulce y compasivo con los pecadores. Un modelo para nuestros días, tan llenos de extremos, donde muchos confunden severidad con santidad o despreocupación con virtud.


¿Cómo, entonces, debemos comportarnos ante las pruebas actuales? Con el valor sereno de los santos. Sin ceder al miedo, pero también sin ilusiones. Con el corazón fijo en el cielo, los pies firmes en la tierra y el alma libre de todo lo que no es Dios. Debemos cultivar la oración silenciosa, los sacramentos frecuentes, el humor equilibrado, la caridad paciente y la vigilancia constante. Como San Felipe, debemos aprender a ser fuertes sin ser duros, y piadosos sin ser melancólicos.


En un mundo que grita, San Felipe nos invita al recogimiento; en un tiempo agitado, nos conduce a la paz. Que podamos imitarlo, no solo en palabras, sino en nuestras elecciones cotidianas: eligiendo confiar, eligiendo servir, eligiendo sonreír con el alma pacificada por Dios. La santidad no exige rostros cerrados, sino corazones abiertos. Que nuestra firmeza en la fe esté siempre iluminada por la verdadera alegría, aquella que nadie puede robarnos —porque viene de lo alto.

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