Desde el Concilio de Trento (1545–1563), la Iglesia Católica cuenta con un Catecismo de referencia que sintetiza su doctrina de siempre. Este Catecismo Romano fue elaborado como fruto de un Concilio dogmático e infalible que anatematizó las tesis reformistas sobre la fe y los sacramentos. Por ello, la tradición católica siempre lo ha considerado una guía segura para la enseñanza de la fe. En contraste, el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (1992), fruto del Concilio Vaticano II, no es dogmático ni infalible. Como enfatiza el Profesor Orlando Fedeli, el Vaticano II tuvo un carácter meramente pastoral, sin proclamar dogmas definitivos. Por lo tanto, el Catecismo que de él deriva tampoco tiene carácter infalible. El Papa Juan Pablo II pidió que se utilizara este catecismo como “texto de referencia, seguro y auténtico”, pero no lo impuso obligatoriamente; como señala el Profesor Orlando Fedeli, “Pedir no es mandar”. En resumen, mientras el Catecismo de Trento nació de un Concilio infalible, el de 1992 tiene apenas fuerza pastoral, lo que abre espacio a ambigüedades.
24 de junho de 2025
Catecismo de Trento y la Plena Fe Católica
Concilio de Trento: Concilio Dogmático e Infalible
El Concilio de Trento fue convocado por el Papa Paulo III como respuesta a la Reforma protestante. Sus decretos son dogmáticos e infalibles: el Prof. Orlando Fedeli observa que en Trento “fueron condenadas con anatemas todas las tesis reformistas… sobre la Fe Católica y los Sacramentos”. En 1566 se redactó el Catecismo Romano (Catecismo de Trento), basado en esos decretos conciliares. Así, todo su contenido se fundamenta en definiciones magisteriales que no admiten nuevas interpretaciones. La doctrina que contiene —sobre la gracia, los sacramentos, la jerarquía y la moral— fue enseñada por los Padres y Papas sin innovaciones posteriores, asegurando la “continuidad segura” de la fe tradicional. Como resume el Prof. Orlando, nos fundamentamos siempre en el Catecismo del Concilio de Trento, “un Concilio infalible”, que nos proporciona enseñanza segura.
El Vaticano II como Concilio Pastoral
Por el contrario, el Concilio Vaticano II (1962–1965) se dedicó sobre todo a enfoques pastorales y a actualizar el lenguaje de la Iglesia, sin definir nuevos dogmas. El mismo Profesor subraya que, por esta razón, “si el Nuevo Catecismo enseña lo mismo que el de Trento, podemos usar el de Trento. Si discrepa, entonces debemos usar solamente el de Trento”. Es decir, ante cualquier divergencia, no hay duda: prevalece la doctrina tridentina. Además, Juan Pablo II, al promulgar el Catecismo de 1992, apenas recomendó su lectura en espíritu de comunión; no hubo orden papal de reemplazarlo por completo al anterior. El Prof. Orlando observa categóricamente: “Pedir no es mandar… Quien pide, no manda”. En consecuencia, seguir el antiguo Catecismo no es un acto de rebeldía —al contrario, esa elección reafirma nuestra fidelidad a la enseñanza milenaria de la Iglesia, que no se vuelve obsoleta por recibir actualizaciones pastorales.
Libertad Religiosa: Doctrina Antigua versus Novedad Moderna
El Catecismo de Trento expresa la visión clásica: la única religión verdadera es la Católica, y promover creencias contrarias a la fe —como hacía la Reforma— es un grave error. Antes del Vaticano II, la Iglesia veía en las leyes modernas de “libertad de culto” (por ejemplo, permitir a los herejes predicar libremente) un peligro para la verdad. El Syllabus de Pío IX (1864) llegó a condenar el error de “que la libertad de religión es un derecho del hombre y debe ser proclamado por ley”. En contraste, la declaración conciliar Dignitatis Humanae (1965) afirma el derecho personal a la libertad religiosa, sin coacción, como un valor humano fundamental. El Catecismo de 1992 sigue esta línea: enseña que las personas deben tener protección jurídica para profesar su fe según su propia conciencia. Muchos tradicionalistas ven en esto una “novedad incompatible” con el magisterio constante de la Iglesia. De hecho, Trento y los antiguos papas nunca aprobaron la idea de que todos los errores deban ser tolerados como acto de justicia, sino como concesión en circunstancias excepcionales. El lenguaje contemporáneo introduce ambigüedades: por ejemplo, preguntar si la Iglesia ahora acepta plenamente todas las religiones causa dolor a quienes valoran la doctrina de Cristo como único camino de salvación. Este tema ilustra cómo el nuevo catecismo puede parecer alejarse del énfasis tridentino, generando debates doctrinales sobre el verdadero significado de la “libertad religiosa” en el magisterio de la Iglesia.
Ecumenismo y Unidad Cristiana
Otro punto en el que los catecismos difieren es en el enfoque ecuménico. Trento reafirmó la unidad estricta de la Iglesia Católica y condenó a las sectas protestantes como ramas separadas de la Fe. No había lugar para un “diálogo igualitario” con otras iglesias; el objetivo era su retorno a la comunión con Roma o identificarlas como apartadas de la verdad. Después del Vaticano II surgieron documentos que promueven el diálogo con cristianos no católicos e incluso con judíos y musulmanes, enfatizando valores comunes. El Catecismo de 1992 refleja ese espíritu: reconoce elementos de verdad fuera de la Iglesia y llama al respeto mutuo (conforme a Unitatis Redintegratio, Nostra Aetate). Los críticos ven en ello “novedades” que parecen suavizar las definiciones tradicionales. Señalan, por ejemplo, que Pío XI, en Mortalium Animos, condenaba expresamente los errores del ecumenismo moderno como indiferentismo. Comparar estos enfoques muestra el contraste entre el énfasis tridentino en la verdad única y la actitud posconciliar de apertura ecuménica. Para nosotros, la “continuidad de la fe” exige recordar que el ecumenismo debe estar siempre subordinado a la verdad plena; cualquier ambigüedad que sugiera lo contrario es vista como una incoherencia con el magisterio histórico de la Iglesia.
Colegialidad Episcopal: Monarquía vs. Colegio
El Concilio de Trento reforzó el primado del Papa como sucesor de San Pedro, destacando su autoridad suprema. Los obispos eran reconocidos como gobernantes legítimos de sus diócesis, pero en plena comunión con el Romano Pontífice. En el Vaticano II, los documentos Christus Dominus y Lumen Gentium dieron gran destaque al “colegio episcopal” unido al Papa, subrayando la responsabilidad colegiada de los obispos por la Iglesia universal. Muchos tradicionalistas ven en ello un énfasis inusual, aunque el Vaticano I (1870) ya había afirmado la colegialidad en sentido general. La crítica tradicional distingue: la colegialidad nunca puede disminuir la primacía petrina, pero algunos interpretan ciertos pasajes posconciliares como una apertura mayor a la idea de concilios o decisiones colegiadas con peso propio. Por ejemplo, se cuestiona si la comprensión contemporánea del cogobierno no introduce algo más allá del modelo jerárquico tradicional. Aunque el nuevo Catecismo reafirma oficialmente el primado del Papa, el tono general sugiere una mayor “sinodalidad” (especialmente después del Vaticano II), distinta del lenguaje categórico del pasado. Este cambio de énfasis —aunque sutil— se señala como una divergencia doctrinal que, según los críticos de la reforma conciliar, no encaja en la tradición católica constante, donde el Papa gobierna como piedra fundamental y modelo de unidad.
Salvación Fuera de la Iglesia: Unidad Salvífica
Por último, el tema de la salvación salta a la vista. El Catecismo de Trento —siguiendo tradiciones como Extra Ecclesiam nulla salus— enseña que Cristo es el único Mediador, del cual nace la Iglesia. Así, en términos absolutos, quien rechaza conscientemente a la Iglesia no recibe los medios ordinarios de salvación. El nuevo Catecismo, sin embargo, afirma (conforme a Lumen Gentium 16) que aquellos que, sin culpa propia, ignoran la Iglesia pero buscan sinceramente a Dios y practican la justicia, pueden alcanzar la salvación. En líneas generales, admite una salvación también fuera de los límites visibles de la Iglesia, por acción de la Gracia. Para los defensores de la doctrina tradicional, esto representa un cambio significativo: antes, hablar de “salvación fuera de la Iglesia” parecía error o ambigüedad; hoy suena pastoralmente más inclusivo. El énfasis moderno en la ignorancia invencible abre la puerta a interpretaciones contradictorias sobre el alcance de la única Iglesia de Cristo. Esto es visto por muchos como una “ambigüedad” doctrinal del nuevo catecismo, en contraste con la claridad directa de la enseñanza anterior, que afirmaba explícitamente la necesidad de permanecer unidos a Cristo por la fe y los sacramentos de la Iglesia para alcanzar la salvación eterna.
En todos estos puntos —naturaleza infalible del Concilio, libertad religiosa, ecumenismo, colegialidad y salvación— es patente que el Catecismo Romano es sólido y estable, mientras que el Catecismo de 1992 introduce elementos nuevos y, a veces, ambiguos. Defenderlo no es un gesto de rebeldía contra el Magisterio, sino una afirmación de que la doctrina “de siempre” de la Iglesia es segura, inmutable y suficiente. Como bien dice el Prof. Orlando: si el nuevo catecismo concuerda con el antiguo, no hay problema en usarlo; pero si diverge, “se debe usar solamente el de Trento”. Nuestra resistencia no es personal ni ideológica. Al seguir el Catecismo del Concilio infalible, actuamos con fidelidad a la “plenitud de la verdad” que Cristo confió a su Iglesia.
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