Vivimos tiempos desafiantes, en los que muchos claman por cambios profundos en Brasil, en la política y en la sociedad. Es común escuchar que necesitamos líderes más íntegros, leyes más justas y una convivencia más armoniosa entre los ciudadanos. Sin embargo, los invito a reflexionar sobre una cuestión esencial: ¿cómo podemos exigir transformación en el mundo si, en nuestras elecciones cotidianas, no demostramos coherencia con los valores del Evangelio?
Pensemos, por ejemplo, en el hábito de ver reality shows. Estos programas, muchas veces, promueven comportamientos contrarios a la dignidad humana: muestran intrigas, faltas de respeto, vulgaridad y una búsqueda incesante de fama y dinero, como si esos fueran los fines más altos de la vida. En lugar de elevar el pensamiento humano, estos programas refuerzan el vacío existencial, alejándonos de la búsqueda de lo verdadero, lo bello y lo bueno.
La doctrina católica nos enseña que estamos llamados a ser "la sal de la tierra y la luz del mundo". Esto significa que nuestra vida debe irradiar los valores de Cristo en todas las esferas: en la familia, en el trabajo, en la política e incluso en el ocio. El tiempo que pasamos frente a una pantalla consumiendo contenidos vacíos es tiempo que podría ser dedicado a la oración, al estudio de la Palabra de Dios, a la caridad o a una convivencia edificante con nuestros hermanos.
Cuando vemos programas que exaltan el pecado y la mediocridad, corremos el riesgo de ser cómplices de una cultura que deshumaniza al prójimo. Más aún, nos volvemos hipócritas al exigir cambios en el mundo mientras nos negamos a cambiar nuestros propios hábitos. ¿Cómo podemos pedir líderes éticos y comprometidos si no somos capaces de renunciar a un entretenimiento que promueve lo contrario?
Nuestro papel como cristianos es buscar la santidad en todas las áreas de la vida. Esto incluye tomar decisiones que contribuyan al bien común y a nuestra propia edificación espiritual. En lugar de consumir contenidos que nos alejan de Dios, podemos invertir nuestro tiempo en actividades que nos acerquen a Él y al prójimo. Leer un buen libro, profundizar en la doctrina católica, participar en grupos de oración o hacer voluntariado en obras de caridad son solo algunas formas de cultivar un corazón orientado al cielo.
El verdadero cambio en Brasil y en el mundo comienza en cada uno de nosotros. Si queremos un país más justo y una política más honesta, debemos ser ciudadanos que vivan de acuerdo con los principios cristianos. Esto exige renuncia, esfuerzo y, sobre todo, coherencia. No es fácil, pero es necesario.
Pidamos a Dios la gracia de ser cristianos auténticos, dispuestos a testimoniar el Evangelio con valentía y alegría. Que nuestras acciones sean un reflejo de nuestra fe, para que así podamos transformar el mundo, comenzando por transformarnos a nosotros mismos.
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