La elección de un Papa es, ante todo, un profundo misterio de fe. Mientras los ojos humanos solo ven un proceso de votos y deliberaciones, la Iglesia reconoce que, por encima de toda acción humana, es el Espíritu Santo quien guía y asiste la elección del Sucesor de San Pedro. Es por esta fe inquebrantable en la acción divina que los fieles, en cada Cónclave, rezan, esperan y confían.
1. Promesa de Cristo a Su Iglesia
Nuestro Señor Jesucristo prometió solemnemente que permanecería con Su Iglesia hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20) y que el Espíritu Santo la guiaría hacia toda la verdad (cf. Jn 16,13). Esta asistencia divina se manifiesta de manera especial en momentos cruciales de la historia de la Iglesia, como es la elección de un nuevo Papa.
Al instituir a San Pedro como cabeza visible de la Iglesia, Cristo aseguró que su sucesión sería sostenida por la gracia divina, para que nunca le faltara al rebaño un Pastor fiel.
2. Cooperación entre lo humano y lo divino
La Iglesia enseña que el Espíritu Santo asiste al Cónclave, pero no en el sentido de garantizar que siempre se elegirá al mejor o más santo candidato, en términos humanos. La asistencia divina asegura que nunca será elegido un Papa que destruya la esencia de la fe católica.
El Espíritu Santo:
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Ilumina la mente de los cardenales para que reconozcan al elegido.
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Inspira los corazones para que busquen no intereses personales, sino la verdadera edificación de la Iglesia.
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Concede la gracia necesaria para elegir a aquel que, según los designios de Dios, mejor pueda gobernar la Iglesia en las circunstancias de su tiempo.Los cardenales siguen siendo libres en su voto, pero la gracia divina actúa para suscitar la recta intención y la docilidad a la voluntad de Dios.
3. Ejemplos históricos de la acción del Espíritu Santo
La historia de la Iglesia ofrece numerosos ejemplos en los que la acción divina se manifestó en elecciones papales. Hombres que, a ojos humanos, eran candidatos improbables, fueron elevados al trono de Pedro y cumplieron misiones extraordinarias, como:
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San Gregorio Magno, elegido a pesar de su reticencia y profunda humildad.
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San Pío V, gran reformador y defensor de la fe en tiempos turbulentos.
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San Juan Pablo II, cuya elección sorprendió al mundo y cuyo pontificado renovó la esperanza cristiana.Estos ejemplos recuerdan que Dios elige no según criterios mundanos, sino según lo que es necesario para la santificación de la Iglesia.
4. La importancia de la oración de los fieles
La Iglesia, mientras acompaña en oración el Cónclave, participa activamente en este momento. La súplica de los fieles pide que los cardenales sean dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo y que prevalezca, sobre todo, la voluntad divina.
La oración, el sacrificio y la confianza se convierten así en instrumentos por los cuales la Iglesia universal colabora en la elección del nuevo Vicario de Cristo.
5. La fe en la Providencia divina
Independientemente de quién sea elegido, los fieles están llamados a acoger al nuevo Papa con espíritu de fe, reconociendo que la Providencia divina, que todo lo gobierna con sabiduría infinita, permitió y guió esa elección para el mayor bien de la Iglesia.
El nuevo Papa será siempre, por institución divina, el legítimo Sucesor de Pedro, la roca sobre la cual Cristo fundó Su Iglesia.
Conclusión
El Cónclave es, por tanto, un misterio sagrado: mientras los cardenales deliberan, el Espíritu Santo actúa en silencio. La elección del Papa es un testimonio vivo de la asistencia divina a la Iglesia y de la fidelidad de Cristo a Su promesa. Por eso la Iglesia reza, espera y canta con renovada fe: “Veni Creator Spiritus” — ¡Ven, Espíritu Creador!
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