Cuenta el P. Mateo, apóstol de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que estando en Inglaterra en una época de mucho frío, preparaba para la Primera Comunión a un grupo de niños de seis a nueve años.
“Decid a vuestras mamás que estoy predicando el Reino del Sagrado Corazón y que vosotros debéis ser sus misioneros.”
Después de terminar de predicar, se me acercó una niña y me dijo:
“Padre, mi papá nunca viene a la Iglesia. Voy a contarle a mi mamá lo que usted nos dijo, y yo nunca perderé la misa.”
Yo les había predicado sobre el Corazón de Jesús y les había pedido que me ayudaran a salvar almas oyendo una o más misas.
Al llegar a casa, la niña dijo a su mamá que todos los días iría a oír misa por su papá.
“Por la mañana hace mucho frío, hijita.”
“No importa, mamá; necesito hacer algún sacrificio para salvar el alma de mi papá.”
“Bueno, haz como quieras.”
Tres meses después me encontré con la misma niña.
“Padre —me dijo—, desde entonces no he faltado ni a una sola misa. A veces hacía mucho frío y tenía mucho sueño porque la misa es muy temprano… pero ¿sabe lo que le digo a Jesús en mi corazón? Le digo que voy a oír misa y comulgar todas las mañanas por mi papá, para pagar su rescate, para estar en su lugar delante del Santísimo, a fin de que salve su alma. Para eso estoy aquí en la sagrada mesa, mi buen Jesús.”
¡Niña admirable! No supe si Jesús atendió sus peticiones; pero no hay duda de que lo hará a su debido tiempo.
El buen Jesús no puede permanecer sordo a tales ruegos. Refiriéndose a un niño, dice un poeta:
Las súplicas de tus labios
pueden mucho… los pequeñitos
conocen secretos divinos…
¡Conversan mucho con Dios!
Nenhum comentário:
Postar um comentário