Estamos en Palestina, patria de Jesús, donde se celebró la primera Misa y los Apóstoles hicieron su primera Comunión…
¿Y qué es hoy Palestina? Tierra de desolación, de mahometanos, cismáticos, judíos y pocos católicos.
Un niño cismático de ocho años comenzó a sentirse atraído por la religión de los católicos, por sus cantos y fiestas, de las que le hablaban sus compañeros.
Un día quiso ir a ver. Con gran secreto, por temor a sus padres, asistió a la Misa en una capilla.
Quedó encantado. Después de la Misa permaneció allí con los niños del catecismo. Terminada la ceremonia, el sacerdote, que no lo conocía, se acercó a él para saludarlo cariñosamente.
El corazón estaba ganado, y el niño, a escondidas, continuó asistiendo a la Misa todos los domingos. Un día, sin embargo, su padre lo descubrió y le preguntó:
— ¿Has estado con esos malditos católicos?
— Sí, papá.
— ¿No te lo había prohibido?
— Sí, señor.
— ¿Me juras que no volverás allí?
— No puedo, pues en mi corazón soy católico.
— ¿Entonces no juras?
— No, señor.
— Te ahorcaré…
— Puede ahorcarme.
El bárbaro pasó una cuerda por una viga del techo, puso el lazo al cuello del hijo y lo levantó. Cuando los piececitos del niño dejaron de moverse, el padre lo bajó, soltó el lazo y, viendo que aún estaba vivo, dijo:
— Ahora me prometes no ir más con esos malditos…
— No, papá, no puedo.
Por segunda y tercera vez el cruel padre repitió el suplicio, pero no logró cambiar la decisión del niño. Disimulando entonces su cólera, el bárbaro padre intentó otros medios.
Tomando en sus brazos el cuerpo extenuado del pobrecillo, dijo:
— Pero, hijo mío, ¿no me amas?
— Te amo, papá.
— ¿Cómo es entonces que no quieres obedecerme?
— Es que amo a mi alma más que a mi padre.
Poco a poco el niño recobró las fuerzas y pronto se hizo bautizar, haciéndose católico.
Su padre y su madre murieron de tifus al año siguiente y no mucho después el pequeño mártir tuvo la muerte de un santo
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