Año 400, Constantinopla
San Juan Crisóstomo, esclarecida lumbrera de su siglo, llamado “boca de oro” por los raudales de sagrada elocuencia que fluían de sus labios, y “martillo de la herejía” por la contundencia de su vigorosa argumentación, convirtió con su predicación a innumerables herejes macedonios. Entre ellos, había uno cuya esposa, obstinada en continuar ligada a los sectarios, fue objeto de un hecho maravilloso permitido por el Señor, que finalmente determinó su perfecta conversión.
Las verdades católicas expuestas por Crisóstomo se mostraban tan evidentes al marido, que consideró que no debía tolerar por más tiempo que su mujer profesara los perniciosos errores de la herejía. Por eso, la exhortaba a que los abandonara y abrazara la fe ortodoxa. Sin embargo, ninguna de sus advertencias ni largas discusiones daba fruto, pues era grande la tenacidad con que ella se adhería al modo de pensar de los herejes.
Luego, fue con su marido a la iglesia de los católicos para comulgar y convencerle de que era católica. Al recibir la Hostia consagrada, fingió que se inclinaba para orar, se la pasó a la criada que estaba a su lado, y tomó de ella el pan recibido de los herejes. Pero ese pan se convirtió en piedra.
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