4 de julho de 2025

RAMILLETE DE ESPIGAS

Año 513, Seleucia, Anatolia

Si maravillosa y sorprendente es la transubstanciación que, en virtud del poder eficaz comunicado por Dios a las palabras del sacerdote, se realiza en la sacrosanta Eucaristía convirtiendo la substancia del pan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no es menos admirable que las especies sacramentales, por la omnipotente mano del Altísimo, germinen y produzcan lozanas y exuberantes espigas de trigo, como lo atestigua el siguiente relato histórico:

Vivía en Seleucia un rico comerciante, fanático hereje severiano, aunque no hostil a la verdadera Iglesia romana.
Entre los varios criados que le servían, había uno muy fervoroso católico, que comulgó el Jueves Santo y, como era costumbre en aquellos tiempos, se llevó otras Santas Formas envueltas en un fino lienzo blanco, que depositó en un armario para comulgar en otro momento o llevarlas consigo en caso de tener que emprender algún viaje.

Después de Pascua recibió la orden de ir a Constantinopla por un asunto urgente y, al partir, olvidando por completo los santos Misterios, entregó la llave del armario a su amo.

Poco después, el hereje abrió el precioso mueble que, a modo de Tabernáculo, guardaba la Joya más rica del cielo y de la tierra. Al encontrar el inmaculado lienzo que envolvía las sacrosantas Hostias, experimentó una gran turbación de espíritu, sin saber qué hacer.
“Comulgar,” decía para sí, “me lo prohíbe la doctrina severiana que profeso; despreciarlas, no me lo permite el corazón, porque todo lo que concierne a la Religión Católica merece mi respeto... ¿Qué haré?... Las dejaré intactas hasta que regrese mi criado... quien, sin duda alguna, las recibirá en Comunión.”

Llegó el día solemne de la Cena del Señor, y como el criado aún no había regresado de su largo viaje, le pareció al amo conveniente quemar aquellas Formas antiguas para que no permanecieran por más tiempo encerradas. Pero —¡oh prodigio!— al abrir el armario, ve con asombro que habían germinado y producido un ramillete de hermosas y doradas espigas de trigo.

Atónito y espantado ante tan gran maravilla, convocó de inmediato a todos sus domésticos y, clamando “Señor, ten piedad de nosotros”, se dirigieron en devotísima procesión a la iglesia para presentar las espigas milagrosas al santo obispo Dionisio, relatándole el portento sucedido, presenciado por innumerables personas de todas las edades y condiciones. Mientras unos repetían “Señor, ten piedad de nosotros”, otros daban gracias incesantes a Dios por tan raro milagro, que motivó la conversión de muchos a la fe ortodoxa.

(Baronio, Annales Ecclesiastici, tomo 6, pág. 626, litt. b.c.)

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