7 de julho de 2025

CURA ASOMBROSA

Año 536, Grecia

San Agapito I, ilustre Pontífice, de extraordinaria pureza de costumbres, gran piedad y vastos conocimientos, se granjeó el respeto y la veneración de todo el pueblo cristiano. Desde el comienzo de su corto pontificado, manifestó un carácter vigoroso e inflexible frente a los herejes que intentaban atacar el dogma católico, mostrándose siempre profundamente consciente del deber que le imponía su dignidad, como jefe visible de la Iglesia, de conservar intacto el sagrado depósito de la fe ortodoxa.

Emprendió un viaje a Constantinopla, entre otros motivos, para oponerse a los herejes eutiquianos y a la protección que les brindaba el emperador Justiniano. En ese largo camino pasó por un pueblo situado cerca de los límites de Grecia, donde vivía un joven mudo, horriblemente encorvado, que nunca había podido pronunciar una sola palabra ni levantarse del suelo, sobre el que casi se arrastraba.

Sus padres, creyendo que el Sumo Pontífice podría curarlo, corrieron a su encuentro, se arrodillaron a sus pies y, derramando muchas lágrimas, le suplicaron que se dignara socorrer a un hijo tan querido como desdichado.

Conmovido, el Papa les preguntó si tenían fe en que el enfermo podría recuperar la salud, y ellos respondieron que esperaban el remedio de la divina Omnipotencia por mediación de San Pedro. Entonces el Pontífice se recogió en oración y luego celebró el santo sacrificio de la Misa. Al concluirla, al retirarse del altar, tomó de la mano al joven encorvado, como hiciera un día San Pedro con el paralítico que estaba en la puerta del templo de Jerusalén, y a la vista de todo el pueblo el joven se levantó y comenzó a caminar.

Luego le administró la sagrada Comunión, y en ese mismo instante se le soltó la lengua, y habló, causando gran asombro y admiración entre los que presenciaron tan estupendo milagro, que sirvió para aumentar la veneración al sucesor de San Pedro y la fe en el augusto Sacramento.

San Agapito murió el 17 de abril del año 536, pero la Iglesia honra su memoria el día 20 de septiembre, cuando fueron trasladados sus restos de Constantinopla a Roma.
(San Gregorio Magno, Diálogos, libro 3, capítulo 3.)

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