Al ingresar en un apostolado ligado a la Misa Tradicional, es común que nos maravillemos con la belleza de la liturgia y la fidelidad a las tradiciones de la Iglesia. Naturalmente, creemos que este ambiente, por su propia naturaleza, nos protegerá de las dificultades que a menudo encontramos en el mundo e incluso en otros espacios religiosos. Sin embargo, la realidad dentro de estos apostolados, aunque orientada a la fe y a la búsqueda de la santidad, también está impregnada de problemas humanos, como disputas, chismes, malentendidos y, a veces, incluso ofensas graves.
Como fieles, muchos de nosotros idealizamos estos ambientes, imaginando que todos comparten el mismo grado de compromiso con la caridad y la búsqueda de la santidad. Creemos que, por estar rodeados de personas que asisten a la Misa Tradicional, estamos automáticamente protegidos de comportamientos mundanos y de la fragilidad humana. Sin embargo, esta expectativa a menudo se ve frustrada, lo que puede generar una gran decepción.
En realidad, lo que muchas veces olvidamos es que todos somos falibles y pecadores, independientemente del entorno en el que estemos. Ser parte de un apostolado tridentino, por más centrado que esté en la tradición y la reverencia, no nos exime de los desafíos de la convivencia humana. Al contrario, estos desafíos pueden ser aún más intensos precisamente porque esperamos más de quienes nos rodean.
Los problemas que surgen en estos ambientes pueden ser dolorosos. Muchos fieles se han visto víctimas de chismes, disputas internas e incluso actitudes inhumanas por parte de otros que, en teoría, también deberían estar buscando la santidad. Por más contradictorio que parezca, esta convivencia imperfecta nos enseña que la santificación es un camino que recorremos precisamente al enfrentar estas dificultades.
El punto crucial es que, si desde el principio tuviéramos una visión más realista —la visión de que, incluso en ambientes de fe, la humanidad falla y los problemas son inevitables—, estaríamos mejor preparados para enfrentar estos obstáculos con caridad y paciencia. La presencia de estos desafíos no significa que el apostolado esté fracasando en su objetivo; significa, más bien, que la vida cristiana es una lucha constante contra nuestras propias imperfecciones y las de los demás.
Aquí es donde cobra importancia la enseñanza de los sacerdotes que abordan abiertamente estos temas. Cuando un sacerdote trata estos problemas de manera clara y honesta, libera al fiel de la carga de llevar solo estas frustraciones. Nos ofrece una perspectiva que nos ayuda a entender que enfrentar estas dificultades forma parte de nuestro camino hacia la santidad.
Al escuchar estas homilías, recibimos un recordatorio de que los problemas que experimentamos en los apostolados no son una señal de fracaso, sino una oportunidad de crecimiento en la fe, en la esperanza y, especialmente, en la caridad. El llamado a amar a los demás no se limita a las situaciones fáciles; se vuelve aún más esencial cuando nos enfrentamos a las fallas y pecados de nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
El desafío, por lo tanto, es transformar estos problemas en medios de santificación. Con esta perspectiva, podemos afrontar las decepciones y los conflictos con mayor madurez, viéndolos como oportunidades para ejercitar la paciencia, el perdón y la verdadera caridad.
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