3 de outubro de 2024

Retratos de Nuestra Señora - Presentación

RETRATOS DE NUESTRA SEÑORA

Presentación

"Que la vida de los cristianos se asemeje lo más posible a la de la Santísima Trinidad".

Según Su Santidad Pío XII, este debía ser el objetivo del Año Mariano, en el que se celebraba el primer centenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción: reproducir en nuestra vida la vida de la Santísima Virgen; copiar en nosotros su imagen.

Sin embargo, no es solo durante el Año Mariano; en todos los años de nuestra vida deberíamos tener este ideal. Imitarla a Ella es imitar a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida.

Para facilitar este trabajo diario, te ofrezco estos Retratos de la Santísima Virgen, retratos de todos los estados de su vida, pues santificó cada uno para que pudiera ser imitada.

El retrato es lo que mejor suple la ausencia de una persona. Por eso, quienes desean perpetuar su memoria, mandan hacer su retrato. Por eso conservamos con el mayor cuidado los retratos de las personas que amamos y que ya han fallecido. Desde que se inventó la fotografía, los retratos se han multiplicado. Se toman fotos de los actos más importantes de la vida. Seguramente conservas en casa muchos retratos de tu madre: cuando era pequeña, cuando era joven, con el vestido de novia, cuando ya era madre y te tenía en sus brazos de bebé. Guardas con cariño esos retratos. Los miras a menudo con emoción. Los muestras muchas veces a las personas que te visitan.

Pero, además de esa madre terrenal, tienes otra Madre que ahora vive en el Cielo y que hace veinte siglos vivió en la Tierra.

¿No quieres saber cómo era esa Madre tuya?

Un pequeño huérfano que no conoció a su madre pregunta con interés a quienes vivieron con ella: ¿Cómo era mi madre? Y escucha con ternura las cosas buenas que le cuentan sobre ella, y hasta piensa en su interior: Quiero ser como mi madre.

Aquellos que acudían a Fátima, al lugar de las apariciones, preguntaban con gran interés a los pequeños que veían a la Santísima Virgen: ¿Cómo es Nuestra Señora? ¿Y tú, no quieres saber cómo era tu Madre del Cielo cuando vivía en la Tierra? ¿No quieres saber cómo es ahora que vive en la gloria y espera que vivas con Ella?

Cuanto más ames a tu Madre, más desearás saber cómo era.

Para que puedas satisfacer ese deseo, te ofrezco esta colección de retratos de tu Madre. Son de todas las épocas de su vida. Reflejan tanto su alma como su cuerpo.

Para hacerlos, no quise pedir colores a las flores, a los crepúsculos ni a las auroras, como hacen los poetas. No quiero que sean retratos idealizados; quiero que sean reproducciones lo más exactas posible de la realidad. Para ello, pedí colores a la teología y a la historia.

El retrato debe tener un ambiente adecuado y un escenario donde la figura de la Santísima Virgen parezca real. No la voy a pintar sobre la esfera del mundo, entre el cielo y la tierra, en destellos de luz y de gloria. No la voy a situar en palacios de mármol y jaspe con vitrales policromados. La figura de la Santísima Virgen tendrá el toque palestino en el que transcurrió su vida.

Es importante saber cómo era la Santísima Virgen, nuestra Madre, y qué hacía cuando vivía en la Tierra. No nos interesa tanto saber cómo la idealizaron Fra Angélico, Murillo, Ribera y Rafael.

El buen retrato no solo reproduce las facciones del cuerpo; a través de ellas, deja traslucir las cualidades del alma.

Al retratar a la Santísima Virgen, no debemos conformarnos con describir cómo era físicamente y cómo vivía, sino que también debemos adivinar cómo pensaba y cómo sentía. ¿En qué pintaré estos retratos?

No los pintaré en lienzo, ni en tabla, ni en cobre. Los pintaré en ti misma.

Quiero que seas un retrato vivo de la Santísima Virgen; por eso no me conformaré con decirte cómo era tu Madre. También te diré lo que debes hacer para parecerte a Ella, lo que debes evitar y lo que debes practicar.

Eres mujer, y te apasiona la belleza. La Santísima Virgen es un ideal de belleza.

Ojalá tuviera la habilidad suficiente para pintar sus retratos de tal manera que exclamaras deslumbrada: ¡Qué hermosa es mi Madre del Cielo! Puedo parecerme a Ella. Quiero parecerme a Ella.

Toma este libro, léelo con frecuencia. Suple con tu corazón y con tu imaginación lo que le falte.

Medita. Reproduce en ti los rasgos hermosos de la Santísima Virgen.

Procura ser un retrato vivo de tu Madre.

Para que tu vida se asemeje lo más posible a la de la Santísima Virgen, debes trabajar como el escultor cuando modela un busto.

Tiene delante de sí el modelo y el tronco de madera. Una mirada al modelo y un golpe al tronco. Al principio, los trozos de madera que quita son gruesos. A medida que se van perfeccionando las facciones del rostro, los golpes son más suaves, y los trocitos de madera, más finos.

Es en los últimos detalles donde se muestra el artista: en los ojos, en los labios, en toda la anatomía.

Así debes proceder para reproducir en ti la imagen de María. Una mirada a la Virgen y un pequeño golpe en ti, para quitar lo que no se asemeje a la imagen de la Santísima Virgen.

Nuestros grandes artistas meditaban mucho para moldear las estatuas y pintar los cuadros religiosos. Por eso, sus imágenes tienen algo de sobrenatural, algo que no lograron otros artistas extranjeros, aunque fueran más geniales.

Se dice que Juan de Juanes, antes de pintar a la Inmaculada, meditaba sobre cómo sería la Santísima Virgen, oraba y pedía poder reproducir en el lienzo toda la belleza que imaginaba.

Finalmente, tomó los pinceles y pintó el cuadro maravilloso que se conserva en la iglesia de la Compañía de Jesús de Valencia: la Inmaculada vestida de sol, pisando la luna, coronada por la Santísima Trinidad, y alrededor de la Virgen, los símbolos con los que la Iglesia invoca a María: rosa mística, torre de David, fuente sellada, jardín cerrado, espejo sin mancha.

Como si el pintor dijera: todo esto y mucho más es María, aunque yo no haya sabido expresarlo en su imagen.

Murillo, el pintor de la Inmaculada, meditó muchas horas y muchos días en la hermosura de la Virgen; quería reproducir en su imaginación toda la belleza de María al salir de las manos de Dios y encontrar la imagen que plasmara toda esa belleza.

Con ese fin meditaba, oraba y comulgaba.

Ensayaba, probaba, hasta que un día se sintió inspirado.

Tomó los pinceles y pintó a la Inmaculada con rostro de niña inocente, cabellos de oro, las manos juntas ante el pecho en actitud de oración, una túnica de nieve, el manto azul celeste flotando en el aire como agitado por una brisa celestial, entre nubes de luz, sostenida por ángeles que llevan palmas, ramas de olivo, rosas y azucenas.

El cuadro era encantador, pero Murillo no estaba satisfecho.

Continuaba orando, comulgando, probando. Otro día sintió nuevamente la inspiración y pintó otro cuadro.

La Virgen estaba sobre nubes, elevándose suavemente como si no sintiera el peso del cuerpo de barro que a nosotros nos ata a la tierra. Tenía la luna a sus pies; las manos cruzadas sobre el pecho, como guardando el tesoro de gracia que Dios había depositado en su corazón, con los ojos fijos en el cielo, en Dios; toda ella tan hermosa, que la legión de espíritus celestiales que la rodeaban formando una corona, dejaban caer de sus manos las palmas y las rosas, extasiados al contemplar tanta belleza.

Ora, medita, comulga, para que reproduzcas en ti con la mayor exactitud la imagen de la Santísima Virgen.

Para ayudarte, te ofrezco este librito - Retratos de Nuestra Señora - que te presentamos en dos series. En la primera, verás lo que hacía la Santísima Virgen para que hagas como Ella; por eso lleva el subtítulo de Ecce Mater Tua - Ahí tienes a tu Madre.

La segunda dice cómo era la Santísima Virgen, cómo era el palacio que Dios construyó para sí en la tierra; por eso el subtítulo es Domus Aurea - Casa de oro.

Lee, medita, copia. Hasta que se cumpla en ti lo que desea Su Santidad Pío XII:

"De la misma manera que todas las madres sienten un suave placer al ver en el rostro de sus hijos una peculiar semejanza con sus propios rasgos, así también nuestra dulcísima Madre María, cuando mira a los hijos que recibió al pie de la cruz en lugar del suyo, nada más desea y nada le es más grato que ver reproducidas las virtudes de su alma en sus pensamientos, en sus palabras, en sus acciones."

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