A lo largo de dos milenios, la Santa Iglesia Católica, fiel a la voluntad de Cristo, siempre ha reconocido en el Papa, Sucesor de San Pedro, la más alta autoridad visible en la tierra. Esta autoridad, fundamentada en las palabras del propio Señor y transmitida por la Tradición, no es fruto de una elección humana meramente política, sino una realidad espiritual, teológica y eclesial. El Papa es el Vicario de Cristo, es decir, aquel que, en la tierra, ejerce la autoridad pastoral que Cristo confió a Pedro.
El Origen Divino de la Autoridad Papal
La autoridad del Papa tiene su origen en el propio Cristo, quien dijo a Simón:
"Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos" (Mateo 16:18–19).
Estas palabras no fueron dirigidas al colegio apostólico como un todo, sino directamente a Pedro. En él, Cristo estableció el principio visible de la unidad de la Iglesia. La metáfora de la roca, las llaves y el poder de atar y desatar expresa, según los Padres de la Iglesia, una jurisdicción real, perpetua y universal.
La Tradición Apostólica Confirma la Primacía de Pedro
Desde los primeros siglos, los santos Padres y doctores de la Iglesia reconocieron la primacía del Obispo de Roma como sucesor de Pedro. San Ireneo de Lyon (202), ya en el siglo II, afirmó:
"Con esta Iglesia de Roma, debido a su preeminencia, debe necesariamente concordar toda la Iglesia" (Contra las Herejías III 3 2).
San León Magno (461), uno de los más grandes Papas de la antigüedad, escribió:
"Pedro habla por medio del Papa. La fe de Pedro no falla. Ella vive en lo que Pedro cree aún hoy."
La Tradición no ve al Papa como un soberano absoluto según los estándares humanos, sino como el servidor de la Verdad revelada, guardián de la fe y de la disciplina apostólica.
La Autoridad del Papa es Plena, Suprema y Universal
El Concilio Vaticano I (1870), en su constitución dogmática Pastor Aeternus, reafirmó solemnemente lo que la Tradición siempre enseñó:
"Si alguien dice que el Pontífice Romano tiene solo la función de inspección o dirección, pero no el pleno y supremo poder de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no solo en materia de fe y costumbres, sino también en la disciplina y gobierno... sea anatema."
El Papa, por lo tanto, posee autoridad suprema e inmediata sobre todos los fieles, incluidos obispos, sacerdotes y laicos. Tal autoridad, sin embargo, no es tiránica ni arbitraria. Está al servicio de la comunión y de la fidelidad a la fe apostólica.
Infalibilidad del Magisterio del Papa
Otro punto central de la autoridad papal es el dogma de la infalibilidad, proclamado por el mismo Concilio Vaticano I. La Iglesia enseña que el Papa es infalible cuando habla ex cathedra, es decir, como pastor y doctor supremo de todos los cristianos, definiendo doctrina sobre fe o moral que debe ser creída por toda la Iglesia.
Se trata de una protección divina contra el error, prometida por Cristo:
"He rogado por ti, Pedro, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lucas 22:32).
La infalibilidad no significa impecabilidad personal ni que toda palabra del Papa sea infalible, sino que, en ciertos actos solemnes y definidos, el Espíritu Santo lo asiste de manera especial.
La Obediencia Debida al Papa
En la Tradición, la obediencia al Papa se ve como obediencia a Cristo. Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia, decía:
"Aunque el Papa fuera un demonio encarnado, debemos someternos a él, no por su persona, sino por respeto a la autoridad que Dios ha puesto en él."
Esta obediencia, sin embargo, no es ciega: es una adhesión iluminada por la fe, sostenida por la confianza de que el Papa no puede conducir a la Iglesia al error en materia de fe y moral. Incluso en las dificultades y crisis, la fidelidad a la Cátedra de Pedro es señal de la verdadera fe católica.
Conclusión
La autoridad del Papa es un don de Dios a Su Iglesia. Sostenida por la Tradición, confirmada por los concilios y protegida por la asistencia del Espíritu Santo, esta autoridad garantiza la unidad, la fidelidad y la continuidad de la fe apostólica. El Papa es el servidor de los servidores de Dios, la piedra visible de la unidad y señal de la presencia de Cristo que continúa guiando a Su Iglesia a través de los siglos.
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